El pueblo gitano lleva más de seis siglos habitando el territorio español. La lógica nos diría que la inclusión en la sociedad española ha sido orgánica y progresiva durante estos siglos; sin embargo, la realidad del pueblo gitano ha estado marcada por una invisibilidad institucionalizada y por una criminalización persistente[1] .
Hoy, 8 de abril, conmemoramos el Día Internacional del Pueblo Gitano. Una fecha que, lejos de celebrarse resaltando el folclore o los rasgos culturales de los que nos hemos apropiado, lo que podría hacernos caer en un intento de blanqueamiento de su valor en base a lo que nos es o no útil, nos ofrece una posibilidad de mirar de frente una realidad histórica tejida con dolor, orgullo, resistencia y olvido. Una historia que, aunque compartida, ha sido sistemáticamente ignorada[2].
La historia de Rosa Cortés, nacida en 1726 en Vélez Rubio, Almería, es un ejemplo de la sororidad y la cohesión que se trasmite en el pueblo gitano. Con apenas 23 años, fue capturadas durante la Gran Redada antigitana de 1749, un proyecto de exterminio ideado y dirigido por el marqués de Ensenada, ministro del rey Fernando VI. Este proyecto consistía en recluir separadamente a los hombres y a las mujeres de etnia gitana para que no pudieran reproducirse, y conseguir así su extinción[3].
Rosa Cortés, una vez capturada, fue pasando por centros en Granada, Málaga y, finalmente, Zaragoza, donde lideró una fuga junto a 52 mujeres más. Sin embargo, esta fuga fue interceptada y Rosa volvió a ser apresada, pero su nombre ha sido rescatado como símbolo de lucha colectiva. Hoy, la Plataforma Rosa Cortés sigue exigiendo lo que aún no se ha concedido: memoria, justicia y reparación[4].
Las mujeres gitanas han sido históricamente la columna vertebral de su comunidad. Han preservado la lengua, los valores, las tradiciones y, aun así, han sido silenciadas en los relatos dominantes. En el imaginario colectivo, o son hipersexualizadas o convertidas en objeto de sospecha[5]. Sin embargo, hoy más que nunca, las mujeres gitanas están generando discursos propios, habitando el activismo, el arte, la política, el derecho, y nombrándose a sí mismas desde la fuerza y no desde la estigmatización.
La cultura gitana forma parte de la identidad colectiva de este país. No solo en el flamenco, también en la forma de vivir en comunidad, de resistir y de cuidar sin ser cuidados. El problema es que el racismo estructural y el antigitanismo siguen muy presentes[6] y, aún hoy, seguimos viviendo un rechazo a la inclusión, respaldado por discursos caricaturescos y por trabas institucionales que impiden el acceso a derechos fundamentales. Mientras no se nombre el antigitanismo como lo que es, una forma específica de violencia y exclusión, seguiremos perpetuando la desigualdad[7]
Este 8 de abril no se trata solo de ondear una bandera como mitificación de un pasado que ya no nos repercute, se trata de mirar de frente la historia que no se cuenta y que hoy día sigue viva. De dejar de hablar sobre el pueblo gitano y empezar a hablar junto a él. De escuchar las voces que han sido silenciadas, porque la memoria no se honra solo con palabras, sino con acciones presentes.
[1] Consejo de Europa. (2020). Combating antigypsyism: Strategic principles for a comprehensive response. European Commission against Racism and Intolerance (ECRI).
[2] Sordé Martí, T. (2005). Gitanas: Voces y miradas feministas. Edicions Bellaterra.
[3] Gómez Alfaro, A. (1993). La gran redada: Gitanos en la España del siglo XVIII. Editorial Temas de Hoy
[4] Plataforma Rosa Cortés. (2024). Manifiesto por la reparación de la memoria histórica del pueblo gitano
[5] Motos Terrádez, M. J. (2020). Mujeres gitanas: Una historia de resistencias y estigmas. Revista de Antropología Experimental, (20), 175–188. https://doi.org/10.17561/rae.v0i20.7049
[6] Ibid, Consejo de Europa. (2020).
[7] Filigrana, P. (2019). El pueblo gitano contra el sistema mundo. Unas reflexiones desde un feminismo situado. Editorial Akal.